Una de las festividades decembrinas que no tiene nada que ver con el cristianismo empieza en unas horas: Jánuca.
La palabra quiere decir inauguración y el inicio de esta tradición se ubica en el siglo 2 antes de la era cristiana, cuando el régimen sirio – griego de Antíoco intento asimilar a los judíos a las tradiciones helénicas.
Eso provocó una revuelta, por lo que Antíoco envió miles de tropas a Judea para aplastar la rebelión; después de tres años, los Macabeos tuvieron éxito y echaron de su tierra a los extranjeros.
Los guerreros judíos entraron a Jerusalem y encontraron el Templo Sagrado en ruinas y profanado con ídolos. Los Macabeos lo limpiaron, y lo reinauguraron pero cuando llegó el momento de re-encender la Menorá (el candelabro de siete brazos tradicional de la cultura judía) sólo encontraron una vasija de aceite puro que llevaba el sello del Sumo Sacerdote.
De todas formas encendieron la Menorá, y fueron recompensados con un milagro: Esa pequeña vasija de aceite ardió por ocho días, el tiempo necesario para producir un nuevo suministro de aceite.
A partir de entonces, los judíos han observado una festividad durante ocho días, en honor a esta victoria histórica y al milagro del aceite.
Los practicantes de la religión judía colocan una Menorá cerca de la ventana, con las velas prendidas, antes del anochecer, con el fin de que “publicar el milagro” y que sea visto por todos.
Después de encenderla, las familias disfrutan sentándose a observar la luz de las velas, cantando y recordando los milagros de ayer y de hoy.
También se come comida “aceitosa” como latkes (panqueques) de papa fritos y sufganiot (rosquillas de mermelada) en conmemoración del milagro del aceite; los padres regalan monedas a los chicos y hacen girar el Sevivón, un trompo de cuatro lados con una letra en cada uno de ellos.