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viernes, julio 26, 2024

Los trucos de estudio que hacen sonar bien a los artistas

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Quizá la música es una de las cosas que más cambios ha sufrido a lo largo de la historia. Su cambio más fuerte fue cuando la trasladamos al estudio para comenzar a grabarla. Antes de eso, podías escucharla si alguien la interpretaba a partir de las partituras.

Gracias a que comenzó a grabarse, las partituras comenzaron a perder toda su popularidad y gracias a que todos podemos escuchar; podíamos ver a los estudiantes de jazz que escrutaban pacientemente los fraseos de Louis Armstrong Duke Ellington para poder descifrar las técnicas que los hacían genuinos.

Ahora con la llegada de la tecnología se ha transformado la manera de crear, editar y producir música. en los 60’s cada estudio de grabación estaba repleto de alumnos de arte. A la llegada de la grabación multipista, la juventud encontró en los estudios, laboratorios para su investigación artística. Y ahí todo perdió el sentido, de buena manera.

De las primeras técnicas de estudio que podemos rastrear en la industria musical es eso que tuvieron a bien llamar «wall of sound», un truco de ingenieros que fomentó el esquizoide Phil Spector desde sus Gold Star Studios. En vez de componer arreglos independientes, se toma una línea y se refuerza, acústica, tonal y rítmicamente, creando un color específico a través de la reverberación de timbres.

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Gustav Holst compuso su suite de Los Planetas durante el periodo que duró la Primera Guerra Mundial, influenciado por Stravinski, Wagner, Ravel y las grandes suites de la época. Temía no verla estrenada: a un mes del alto el fuego y negando toda implicación alemana, gozó del mayor éxito de su carrera.

Desde el ‘Psicosis’ de Bernard Herrmann al ‘Star Wars’ de John Williams, la semilla de Los Planetas puede rastrearse. Suena tan fresca que pasaría por la banda sonora de Piratas del Caribe y ni te enterarías. ¿El truco? Usar una orquesta sinfónica completa y arrastrar los distintos timbres hasta crear texturas brillantes, oscuras, de una sonoridad única.

Un tal Brian Wilson muy buen amigo del LSD, desarrolló sus técnicas y, podemos decirlo ya, el disco es el que es gracias a ellas. Volviendo a la pintura, aquí va una frase que publicitaba ‘Pet Sounds’: «el talento de Wilson para mezclar sonidos se podría equiparar al de los antiguos pintores, cuyo secreto radicaba en la mezcla de sus aceites».

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Wilson se volvió maniático y perfeccionista y se encerró en el estudio en busca de su particular grial sónico.

En esa cresta de ola que los chicos de la playa querían surcar estaban la competencia, The Beatles. Su ‘Revolver’ puso patas arriba las radios de medio planeta. Y, sin duda, gracias a la magia del estudio. Y también al LSD.

Gran parte de los plugins que usan los estudios en pleno 2017 fueron inventados y aplicados durante la primera mitad de los 70. Coros engolosinados, armonizador tonal, guitarras eléctricas quintadas por triplicado, efecto ping-pong en un 2.1, flanger radiofónicos, cortes de frecuencias, etcétera.

Sólo hay que fijarse en la cosecha del, qué se yo, del 1973: el ‘Goodbye Yellow Brick Road’ de Elton John, ‘Dark Side of the Moon’ de Pink Floyd, ‘Tubular Bells’ de Mike Oldfield, el denostado ‘Aladdin Sane’ de David Bowie, el experimental ‘Sulle corde di Aries’ de Franco Battiato, ‘Quadrophenia’, los debuts de Queen y ABBA con ‘Ring Ring’… Podríamos seguir.

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